Querida diabetes,
Podría escribirte una carta de resentimiento a todos los malos tragos que me has hecho pasar a lo largo de mi vida. Eres la culpable de manchas en mi piel feísimas, de sustos a los que más me quieren, de dietas estrictas y pinchazos... De veranos sin campamentos, de una navidad en el hospital, de cambiarle la vida a mis padres, de mareos, de tener que bajar el ritmo, de demasiadas visitas al hospital...
Pero no haré eso, porque no estamos mal. Sinceramente somos compañeras de toda la vida y no me voy a enfadar, llevamos demasiados años viviendo juntas.
Recuerdo cuando viniste a mí la navidad de 1997 como si fuera ayer. Papá no se separó de mi cama ni un solo momento porque mamá estaba cuidando del recién nacido Francisco (decidiste aparecer en un mal momento, sólo dos días después de que naciese Fran y le quitaste el protagonismo). Desde ese día no recuerdo ni una sola mañana en la que no me haya levantado pensando en tí. Ir muchas veces al baño significaba que tenía hiperglucemia y levantarme entre sudores fríos implicaba estar bajita. Mis padres nunca cerraban la puerta de su habitación por si acaso...
Pero a pesar de los límites, me has empujado a hacer cosas que seguramente si tuviera un páncreas sano no hubiera conseguido. Con 22 años he vivido en tres países, estoy independizada, tengo amigos fantásticos, un novio que me apoya, un trabajo que me gusta, una carrera acabada y ya hasta una mini carrera deportiva.
No me pienso quejar de ti, porque me has enseñado a ser muy dura y hacerlo con una sonrisa y demostrándole al mundo que con diabetes se puede.
Porque cada control en el momento más inoportuno, cada despertar en medio de la noche, cada esfuerzo de mis padres, cada mirada rara al pincharme en público me ha llevado a donde estoy ahora mismo.
Muchísimas carreras de 10 kms (tantas que perdí la cuenta), 9 medias maratones, no sé cuántas carreras de obstáculos, que la gente me reconozca por la calle porque ha leído mi blog y hasta mi último reto...UNA MARATÓN!!!
No te voy a dar las gracias (no soy masoca), pero sí reconozco que me has forjado en carácter, madurez y perseverancia.
Sé con tu forja, a través de los años, que si quieres algo has de trabajar duro en ello y no darte por vencida, por muchas ganas que me dé de tirar la toalla a veces. Sé que si quiero conseguir un reto no me basta con entrenar, tengo que respetarte, pincharme a mis horas, comer lo que me toca y controlar la proporción de insulina respecto a raciones e intensidad de movimiento como si la NASA me estuviera calibrando.
Querida diabetes, no te odio, a pesar que la has tomado también con mi hermana, pero ojalá un día desaparezcas. Porque aunque no recuerde un día de mi vida sin vivir contigo y nos llevemos muy bien la mayoría del tiempo, no te deseo a nadie.
Me has robado cosas y dado otras, pero ojalá un día descubran como hacer que te mueras y no tenga que acostarme y levantarme pensando en tu compañía.
Entre lágrimas y con una mezcla de sentimientos encontrados,
Rockingsneakers aka María
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