Escribo esto un martes por la noche a las 22:30 después de llegar de entrenar y trabajar ocho horas.
Estaba esperando el bus en la puerta del gimnasio cargada con la compra de la semana y mi mochila, y se me ha ocurrido que llevo con ella puesta desde las 9 de la mañana y me ha venido la inspiración.
Me disculpo, porque ya no estoy escribiendo tanto como antes, pero ya no paso tanto tiempo con el ordenador y sólo escribo en momentos como ahora, en los que se me sube la musa a la mochila.
¡Qué pesada María con la mochila! Lo sé hablo mucho, muy rápido y a veces soy hasta pesada, pero la mochila es la culpable del post de hoy. Y ahora comprenderéis porqué.
Estaba yo esperando el bus (qué pesada eso ya lo has contado, es para poneros en situación), hago 3 horas diarias de transporte público, y se me ha ocurrido que en mi día a día siempre voy con ella.
Cuando tienes una vida ajetreada, que es lo que me gusta a mí, el entrenamiento hay que ajustarlo a tus horarios y llevar contigo siempre lo necesario para entrenar. Mi mochila siempre va llena de cosas manchadas de magnesio, dentro puedes encontrar desde unas mayas a una pastilla suelta de cafeína, sin olvidarnos de las cosas de la diabetes. Pero ella va cargada de mucho más que eso.
Ya sea volviendo de trabajar o yendo. Días que libro o no. Cuando he quedado antes o después. Volviendo o yendo a cualquier sitio. Mi mochila lleva dentro mis mejores marcas, mis pulsos ganados, mis kilómetros... Los lloros de desesperación porque algo no sale, los dolores en los tendones, las agujetas, las hipo e hiperglucemias.
Hay veces que va poco cargada y hasta se me olvida que la llevo encima, pero otras veces pesa mucho y me gustaría poder dejarla en cualquier sitio.
Me gustaría que ella tuviera sitio siempre en el metro, pero no a todo el mundo le gusta lo que hago y está dispuesta a dejarla espacio. Es comprensible, no a todo el mundo le gusta hablar de dominadas o toprolls, de la sentadilla y la profundidad. Así que muchas veces acaba en el suelo entre mis pies, dónde sólo yo puedo verla y tener acceso a ella.
Pero si alguien necesita algo de dentro siempre estoy dispuesta a abrirla (a no ser que sea para robarme la cartera), hablar de frikadas de power, un poquito de magnesio o un spotter.
Es curioso porque durante la adolescencia siempre fui más de bolso o bandolera. Pero con un sólo asa puedes llevar menos peso y correr más despacio, y que quéreis que os diga yo soy más de hacerlo todo deprisa y a lo bestia. Atrás quedaron mis años de darme miedo las pesas y comer, mancharme y levantar, sudar y despeinarme. Además que como soy #muyfemeninamuytocha , si hay que ponerse mochila y tacones, pues se hace.
Este es un post tonto y loco pero cargado de sentimiento, como yo. Espero que si has llegado hasta aquí sepas que mi mochila está a tu disposición.
Hasta la siguiente y felices agujetas.
